Últimamente se lleva mucho eso de hacer cosas en familia. No es que antes no lo hiciéramos, lo que pasa es que a veces nos movemos en masa, somos como cachorros siguiendo al líder de la manada, y como ahora los expertos no paran de decir lo sano que es para todos hacer este tipo de actividades pues nosotros, como masa que somos, hemos empezado a hacer un montón de cosas los domingos por las mañanas. A mí me gusta, no me quejo, pero preferiría que no fuera una moda y que esto fuera para siempre.
Odio las reformas, lo digo en serio. Sé que todo el mundo dice lo mismo por el tema del engorro y la suciedad que se crea inevitablemente pero yo no lo digo solo por eso, lo digo porque me encanta imaginar, hacer planos de cómo pondría los muebles, cambiar de idea y luego volver aprobar así que, al final, lo que debería durar poco acaba durando mucho porque desde que empiezo a idear la reforma hasta que la llevo a cabo pasan muchas semanas. Luego el tema de la suciedad me da más igual porque sé que, al final, todo se limpia y el resultado merece la pena.
El año pasado, antes de todo este tema del coronavirus y demás, me pasé varias semanas siguiendo el recorrido que la activista medioambiental Greta Thunberg estaba haciendo junto a parte de su familia a bordo de un velero para cruzar el océano desde el continente americano y llegar a tiempo a la cumbre contra el cambio climático que tuvo lugar en Madrid en diciembre de 2019. Ahora que ya conozco algunos pormenores de la travesía tengo más información con la que criticar la situación pero en su momento me pareció toda una heroína, cruzando el océano por sus ideales, siempre fiel a lo que siente que es lo correcto.
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